Hace tiempo que no sentía esta calma abrazadora; el viento indomable recorre mi cuerpo y mueve mi pelo que se desordena más que de costumbre, los rayos de sol iluminan mi rostro y la sombra de los cipreses gigantescos me entrega un pequeño refugio en la inmensidad de este paisaje que me hace sentir pequeña otra vez.
Es imposible no evocar las tardes de carcajadas y felicidad que viví en éste mismo sitio; corriendo desesperada, escuchando los cantos de mis abuelos e intentando abrazarlo todo. Cuando creía que todo estaba bien porque la familia se reunía bajo un árbol.
Hoy las preocupaciones ya no son las mismas, aprendí a caminar sola contra mi voluntad hubiese deseado sentir la protección y el cariño irrestricto de la leona durante mucho más tiempo. Pero la vida es sabia y me entregó la fortaleza necesaria para combatir la soledad, al mismo tiempo que el destino iba poniendo en mi camino a gente hermosa que me ayudó a seguir la ruta. Y sí, debo reconocer que yo también puse de mi parte al dejar atrás a personas y situaciones que no beneficiaban mi viaje.
Así me construí; loca y sin reglas, sin moral ni culpas, a medias. Ayudada por el mismo destino al que maldije una y mil veces, lidiando con el infortunio y las buenas rachas.
El punto es que acá puedo escapar de -casi todo- menos de mi misma, de mis pensamientos y recuerdos, los mismos que me despiertan por las noches buscando un brazo en la cama para ahuyentar las pesadillas y bajar la fiebre.
Anular la voz interna sería negarme a mi misma, de modo que la mayor parte del tiempo me la paso luchando con mis fantasmas, intentando matar el miedo y la inseguridad que me han hecho perder tanto.
Ahora, te hablo a ti; el pensamiento constante, la compañía que hace falta, la mirada que añoro y las sonrisas que sueño cada noche.
La primera vez que te escribí -el veinticinco del once del año en que nada acabó- ni siquiera se cruzó por mi cabeza la idea de que te convirtieras en lo que hoy eres. Quizás el mundo conspiró a nuestro favor y pudimos significarnos y resignificarnos una y otra vez, en cada gesto y cada momento.
Hoy a dos días de volver a la urbe con la certeza de que nos veremos y la esperanza de que en nuestro encuentro puedas revivir la chispita de la felicidad compartida, añoro más que nunca tu presencia en mi vida, la compañía de tu cuerpo en la cama, la plenitud de la compenetración de nuestras almas, los ataques de risa, la pobreza compartida y el derroche de los buenos tiempos.
Hoy, vuelvo a sentirte cerca a pesar de las distancias, porque contigo aprendí a valorar los momentos compartidos para utilizarlos en el futuro cuando las cosas no anduvieran bien.
Hoy, me siento más segura que nunca de lo que quiero. Hoy, confío más que nunca en que tu cariño y el mio volverán a encontrarse en un abrazo cómplice y una sonrisa compartida. Hoy, bajo un árbol centenario y aún sin mirarte, me pregunto qué sería de mi si no te hubiese conocido.
¡Que bonita es la vida! ¡Ah!?
Como te puedo sguir?
ResponderEliminarpor acà mismo deberìa haber un botòn que diga seguir... la verdad es que no manejo muy a cabalidad esto del blog, pero supongo que ese botòn existe en algùn lugar de la plantilla.
ResponderEliminarSaludos.-