jueves, 4 de noviembre de 2010

"Defender la sonrisa, a punto de llorar"

Cómplice del desatino, bajando en espiral, buscando horas perdidas en la búsqueda de lo imposible, improvisando palabras e hilando malas ideas me fui perdiendo en el miedo, la frustración y esa compañera que no abandona… creo que le llaman soledad. Entonces empecé a disfrutar esos momentos en los que me refugiaba en la mismidad de un sueño sin cumplir y el resto importó cada vez menos.

Dicen que cuando me di cuenta ya era tarde y el mundo entero había abandonado las utopías por considerarlas carentes de efecto inmediato. Entonces me sentí culpable (en cierta medida) de una situación generalizada de desánimo y conformismo, accionista del pesimismo enraizado en los semblantes cansados y constructora de un mundo en el que la rutina consumía día a día un poco más los cerebros de aquéllos autómatas llamados seres humanos.

Acostumbrada a cuestionarlo (casi) todo, volví a darme un tiempo para pensar, para pensarme, ésta vez como parte de un todo, pero no de cualquier todo, me pensé como parte de un todo que no me convencía, que no me gustaba y que por sobre todas las cosas que no me hacía feliz, parte de un todo egoísta, avasallador, miserable y convulsionante.

Esperé, me senté día a día a observar la realidad, vi como las personas se sumían en sus problemas sin importar que la otredad también los tuviese, vi como las sonrisas comenzaron a escasear y los abrazos se fueron agotando poco a poco, pude presenciar la falta de caricias y la abundancia de besos sin sentido, besos como medio de pago, besos para el reconocimiento social. Observé cómo nos observaban, fue asquerosa la escena, un todo superior anotaba cada caricia para luego, enviar una multa al acariciante y al acariciado. Los golpes, las malas palabras, los vicios (y prejuicios) se volvieron cada vez más comunes, cada vez más naturales y propios de éste “nuevo mundo”.

Entonces, recordé antiguas conversaciones con los amigos, conversaciones cargadas de idealismos y convicción, recordé un pasado que no distaba mucho de ésta absurda realidad, pero que soñaba con cambiarla para construir un futuro mejor. Recordé las palabras que mi abuela pronunció en el sillón mientras me hacía cariño, alguna vez, hace mucho tiempo atrás: “Defender la sonrisa, a punto de llorar”. Y en ese mismo instante encontré la clave: “Subversión”, en el más puro sentido de la palabra.

Sub- versión; implica la creación de una versión y visión diferente de las cosas, por debajo de la versión oficial impuesta por el poder y vociferada por los poderosos. A diferencia de lo que éste “todo superior” (desde ahora en adelante llamado poder) nos quiere hacer creer, subvertir la realidad es darle un sentido distinto a ésta misma, lo que no implica necesariamente trastorno, revuelta ni destrucción. Subvertir la realidad es cuestionarse el orden presente y llevar a cabo acciones que sean benéficas para los nuestros, aunque estas resulten perjudiciales para el poder.

Y como los golpes y la violencia se habían convertido en la principal arma de los poderosos para mantener enajenados a los míos, no era posible responder de la misma manera, el status quo ya era violento, de modo que más violencia no solucionaría nada, o casi nada en el plano de las mentalidades. Lo que faltaban eran besos de verdad, abrazos, gestos, miradas y caricias sinceras. “La subversión de la sonrisa” fue el plan.

Comencé por despertar más temprano, por la mañana luego de bañarme y prepararme para salir de casa, le daba un beso a mi madre, y ella me devolvía una caricia en la frente, entonces me despedía diciendo “Que tengas un lindo día”, convencida de mis certezas salía a la calle con la mejor sonrisa en el semblante, a punta de escopeta me esperaban en la esquina los lacayos del poder para borrarla con sus insultos, pero nada importaba, mis ganas de que los demás sonrieran importaban más. En vista y considerando la miseria del transporte público preferí pedalear, consciente del egoísmo decidí que cada uno de mis gestos y actitudes debían estar cargados de solidaridad activa para con los míos, en conocimiento del arraigo a las riquezas que tenían los poderosos decidí fomentar mi consciencia de clase y pensándolo mejor comencé a aceptar la violencia de algunos de los míos como medio de hacer notar el descontento, pero jamás como un fin en sí; pese a eso, mi arma era otra: La Sonrisa.

Cuando ellos se dieron cuenta de mi obstinación (y como lo tenía previsto) comenzaron a seguirme, a hostigarme, a criminalizar aún más las sonrisas y a todos quienes sonrieran en la vía pública; pero no me rendí, seguí sonriendo y entre los míos se comenzaron a expandir y producir (jamás reproducir) sonrisas. Los que vivían éste lado de la realidad se enteraron de mis planes, entonces dejaron de ser míos y la subversión de la sonrisa comenzó a ser nuestra, de nosotros y para nosotros, en contra de ellos, los del otro lado, los que nos explotan y maltratan día a día.

Yo no soy hippie, y ésta no fue, no será y no es la revolución de las flores y de la marihuana, de la inconsciencia ni de la moda. La subversión de la sonrisa será nuestra arma para burlar la autoridad, para apoyar a nuestros compañeros y para cambiar el orden actual de las cosas, para alejarnos del consumismo, para liberarnos y para ser felices.

Cuando nuestra subversión cumplía 365 días de existencia en la praxis transformadora, me mataron. Sé que quizás no hayamos logrado mucho, pero aprendimos a soñar, a luchar, a pensar y a creer en nosotros, aprendimos que vivimos en un mundo polarizado en el cuál hay una lucha antagónica a diario, aprendimos que somos distintos, y que ellos, los otros, han hecho que el precio de la felicidad sea inalcanzable; pero también aprendimos a no regirnos por sus estándares y a conseguir la felicidad por otros medios, no por la satisfacción de nuestros deseos superficiales, sino por la lucha constante por subvertir el innoble orden presente.

No creemos que el mundo cambie con una sonrisa, creemos que cuando se toma consciencia del significado que tiene ésta dentro de un mundo violento, miserable y viciado, lo que cambia es la mentalidad y las acciones que llevan a que la sonrisa rebelde se dibuje en el semblante a diario.

Dedicado a los míos, a los que acompañan a diario y a los que no también, a los que regalan las mejores sonrisas del cielo y a los que han estado junto a mí con sus imparables cuestionamientos. Dedicado a los inconformistas, a los que esconden la cara y extienden la mano.-