sábado, 12 de noviembre de 2011

¡Que nadie detenga esta locura!

Mientras el bus salía del puerto y me llevaba de vuelta a la siempre nefasta capital; miré hacia atrás y vi que el sol ya se escondía entre los cerros para juntarse con el mar una vez más y tu no estabas, entonces comprendí que te transformaste en el pensamiento constante, en la despedida infinita, en la ausencia más dolorosa de todas, en el anhelo de un abrazo completo, en estas ansias por encontrarte caminando por alguna curvada callejuela. Pero otra vez no estás y como siempre te siento más dentro que nunca, entonces, juro una y otra vez que vale la pena pensar tu sonrisa, tus ojos expresivos, tu perfecta nariz, tu espalda ancha y tus brazos firmes que intentan sujetar la poca humanidad que nos va quedando, porque si no te pensara cariño mío, si mi integridad no supiese de tu existencia, éste amor por las casas a punto de caerse de los empinados cerros no tendría sentido y nada justificaría ésta locura, ésta hermosa locura que me hace viajar a tus confines para sentir lo nuestro una vez más.

Si no supiera tu nombre, cariño mío, no sabría a que huele la felicidad, ni como se sienten las mañanas esperando juntar nuestras miradas, ni cuánto amor hay dentro para entregarte incondicionalmente. Si no supiera tu nombre, cariño mío, no sabría reconocer el mío en un suspiro agobiado. Y es que me he convertido en lo que soy cuando nos completamos y es maravilloso, sí lo es, porque nada me hace más feliz que gritar tu nombre a los cuatro vientos contemplando tu mirada que pide a gritos que no le cuente al mar el secreto de tanta felicidad. ¡Ay! Cariño mío, si no pudiese gritarle tu nombre al puerto, ésta ciudad creería que la amo a ella, pero acá hay solo una calle para mí, solo una casa, solo una puerta y solo una sonrisa que me llena de vida, acá no hay nadie más que tú y tu maravillosa presencia.

Entonces, aunque el bus avance en el sentido contrario de mi felicidad, miro hacia afuera con el semblante sonriente y te nombro una vez más, para recordarle a mi demente espíritu que por nosotros cualquier esfuerzo vale la pena, y sin pensarlo le vuelvo a gritar al mundo: “Que nadie detenga esta locura”