Los fantasmas me acechan; por las noches presionan mi pecho
y no me dejan respirar, pero resisto, de modo que ellos deciden apretar mi
cuello para que la acción esté completa, no entiendo por qué quieren matarme,
si al parecer ya no vivo. No duermo, porque temo morir –definitivamente- en el
intento de no soñar con ellos. De día las cosas no son distintas; ellos siguen interponiéndose
en mi camino una y otra vez, entrando en mi memoria sin permiso alguno,
borrando de mis recuerdos cómo era que se vivía antes. Y es que ahora el
sentido de la vida es luchar a diario para recordar por fin cómo pasaban los
días antes de que ellos me atacaran, violentaran mi parsimonia y destruyeran
todo lo que quería ser –y hacer-
No los culpo, ellos obedecen órdenes. Sí, son mis verdugos,
pero el autor (¿?) intelectual de esta masacre cotidiana y estrepitosa es otra
persona. Evidentemente acá no hay autor, un hombre no sería capaz de tramar tan
perfecto plan. Ellos le deben obediencia a su creadora; la mayor enemiga de
Clodoveo I, esa que se reunía con sus pares a masturbarse con palos de escoba,
para olvidar el frío abismante del alma, aquella que en su infinita maldad ha
podido controlar los deseos y acciones de miles de personas. Sí, es ella, parte
del gremio que no se extinguió siquiera con cuatro siglos de persecución voraz.
Encantadora y vivaz ha logrado
desestabilizar mi vida hasta el punto del terror.
Y ahora, llena de coraje me dirijo a ella, para declararle
mi más profundo odio, para comentarle que por sus caprichos he vivido los
peores días de mi vida, que destruyó mis sueños y mis ganas de construir algo
hermoso, pero no logrará destruir mi integridad. Porque aunque resulte
contradictorio, hoy vengo a rendirme, a decirle que me tiene como lo planeó:
miserable y humillada. De modo que es innecesario que siga haciendo daño.
Estamos como quieres: mis fuerzas se han agotado, mis
sonrisas se extinguieron en el intento de reproducirse una y otra vez y ya casi
ni escribo, nada de lo que haga logrará re-encantarlo. Y él, lejos, en lo
abstracto y lo concreto, ya no encuentra más escusas que lo ayuden a suavizar
la infinita repulsión que de un día para otro comenzó a generarle mi presencia
en su vida.
Me rindo, ya no puedo luchar contra los fantasmas, no puedo
lidiar con la indiferencia y el desprecio. Acá me tienes; entregando mis
últimas energías en la redacción de un texto que está destinado al fracaso,
como cualquier cosa que salga de mí ser. Acá me tienes; con un nudo en la
garganta que no me deja respirar y un revoltijo en la cabeza que me impide distinguir
entre lo tangible y los delirios provocados por la impetuosa fiebre
que me abrazó de un momento a otro. Acá
me tienes; odiándote más que nunca. Acá me tienes; con más angustia que en
Diciembre, porque se ha amagado cualquier chispita de esperanza. Acá me tienes;
rendida como nunca, cerrando un libro que desearía leer cada noche, poniéndole punto
final a mis deseos de escribir una historia bonita, que no alcanzó ni para
fábula.
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