Aquella tarde desperté asustada, temía perder aquello que tanto nos había costado construir, recuerdo que fueron los mejores años de mi ‘vida’, me atrevería a decir que fueron los únicos que ‘viví’ como siempre espere vivir. Ahora, me doy cuenta de lo inoportunas que son estas reflexiones, yo misma me encargué de botar mi felicidad a la basura, todo por la ridícula idea de luchar con el fantasma de la mujer más maravillosa que habías conocido, después de mí, o en conjunto. Sí, fue culpa de mi inseguridad, y sinceramente no vale la pena darle vueltas al asunto, fue bonito mientras duró; y valió la pena tanto esfuerzo.
Entré al baño y me desnudé frente al espejo, me sentí más guapa, tenía más poder, entonces, me di una nalgada que me hizo recordar lo bien que se sentía cuando sus grandes manos acariciaban mi cuerpo, escrutando todos los rincones, en la búsqueda de un nuevo sonido para nuestros gemidos. Desnuda, me dirigí al bar de nuestra casa – la que fue nuestro nido y protegió el amor de la juventud-, reserva 2016, un buen Merlot –río- siempre odiamos las copas, pero aquella tarde, me di el lujo de utilizar una de ellas para borrar su imagen.
Me sumergí en la tina con la copa de vino y un cigarro encendido, cerré los ojos intentando recordarte, pero el olvido fue más fuerte y no pude rememorar aquella conversación en la que confesabas amar mi olor. El agua estaba perfecta, y la espuma hacía que me sintiera como la mejor de las putas, tomando el mejor de los baños, después del mejor de los sexos, pero no, por mi cuerpo solo avanzaron tus manos y en mi entrepierna sólo entró tu humanidad. ¡Qué relajo! Hace tiempo que no me sentía tan libre como aquella tarde que transcurrió sin darme cuenta, conmigo en la tina, intentando que el tiempo se detuviese, por qué, realmente mi fragilidad tenía temor de destruirse aún más en pocas horas, pero el ‘encuentro’ era inevitable, así que decidí apurar el tiempo.
Me puse el vestido rojo que tanto odiabas –recuerdo que cada vez que lo llevaba puesto en público debías enfrentarte a tus amigos que me miraban con cara de deseo, y tú, defendiendo la propiedad privada, te alterabas, tomabas mi mano, subías al auto, y allí mismo nos desatábamos en deseo y pasión-, solté mi cabello y me dispuse a acabar con tu imagen. Subí al auto y supe que me esperaba un largo trayecto. El menor de los Valdivieso, había logrado reabrir el céntrico ‘City Hotel’ y aprovechaste la oportunidad para realizar el lanzamiento de tu último libro.
Una invitación de cortesía me obligaba a estar allí, dispuesta a observar en tercera persona cómo nuestro sueño se concretaba. Entré por Compañía y al cruzar Bandera dejé todos mis miedos atrás y antepuse una rígida coraza a mi tierno rostro. Lo observaba todo con detalles y recordaba la primera vez que el destino quiso que conociéramos aquél lugar, la fachada seguía igual y debo reconocer que sentí nostalgia en exceso. Un gorila de aspecto familiar, abre la puerta del auto y me pide las llaves, sensual, tomo su mano y me bajo, entrego las llaves y le guiño el ojo. Me arreglo el vestido y avanzo a paso firme, al entrar al ala izquierda del edificio, el editor de tus últimos tres libros me saluda amablemente queriendo comerme con la mirada, y me informa que el lanzamiento sería en la azotea, agradezco la información y un botones solicita el ascensor.
Al llegar al piso más cercano al cielo, observé con atención las luces de la ciudad, y vislumbré la que fue nuestra casa por tantos años, fijé la mirada en la concurrencia y comencé a reconocer cada vez más caras conocidas que me sonreían y gesticulaban una calurosa bienvenida, miré alrededor y me pude percatar de que ibas subiendo al escenario, por lo que busqué un lugar privilegiado desde el cuál poder observar tu actuación. Te percataste de mi presencia y no me quitaste la vista de encima, le hablabas a tu público, a tu maestro, nuestro querido Alberto, le hablabas a tus familiares, a tus sobrinas que ya eran unas señoritas, le hablabas a todo el mundo, pero no, yo sabía que me hablabas a mí. Reconocí que tu voz se agravó y supe que lo que venía no me iba a gustar, puse atención y de tu boca salieron las palabras que jamás quise escuchar: ‘Nada de esto hubiese sido posible sin el apoyo de mi amada compañera’. Escucho los aplausos, y ella, hermosa como siempre, se levanta de su silla para recibir la gloria.
La escena me supera, no aprendiste nada, já, compañera… sé que me viste, y que me hablabas, y sé que te diste cuenta cuando decidí partir, y el insoportable niñito proyecto de periodista que quiere seguir tus pasos también me vio. Bajé por las escaleras y al llegar al Hall allí estaba, listo para colapsarme con preguntas, lo saludé tiernamente y sentencié: ‘Querido, sabes que siempre respondo tus preguntas, pero este es un pésimo momento, si quieres nos vemos otro día’ Y avancé dejando al fastidioso periodista rosa atrás. Entré con paso firme al Bar, en el ambiente sonaba un clásico 19 días y 500 noches de Sabina.
Pedí vino, y recordé cuanto lo detestaba, me sentía incómoda, el lugar estaba repleto de jóvenes intelectualoides, y yo, había entrado a los treinta, casi un bulto. Una mano se posó en mi espalda, y la voz grave que aún recordaba me hizo estremecer, mientras a mi oído él susurraba ‘Tan guapa como siempre’, me di vuelta y me abalancé sobre su imponente figura. Me ofreció un cigarrillo y me asombré, claro, habían pasado diez años desde que abandonó la universidad y se fue a estudiar cine a París, acompañado de su pareja, el fiel amigo.
Conversamos largamente, el bochornoso momento vivido en la azotea ya casi parecía olvidado, comenzamos a recordar nuestro pasado, cuando éramos compañeros de carrera, y cada día era un coqueteo interminable, hasta que me enteré de que su mejor amigo, también era su pareja, en ese momento todo cambió y nos convertimos en inseparables. Por eso me asombraba su incesante coqueteo y su forma de tomar mis manos, habíamos cambiado demasiado, él ahora, tenía un aspecto de “rock star” que sinceramente logró cautivarme, y yo, bueno, yo era otra desde que la vida me había dado vuelta la espalda.
‘Vuelvo’. Y me dirigí al baño, arreglé mi vestido, de pronto se abrió la puerta, y allí estaba otra vez, me tomó por la cintura y comenzó el juego. No podía creer que haya cambiado tanto. Dejé de pensar y me arriesgué a vivir la primera aventura. ‘¿Vamos a casa?’ –le dije mientras no paraba de coquetearle-. Con la mano indicó que lo esperara y de su bolsillo sacó un pequeño sobre con polvo blanco, qué en un segundo fue absorbido por su nariz y la mía.
Excitados, llegamos al lugar que había sido el templo del amor de juventud. No me importó, yo estaba caliente, él también. No recuerdo sus caricias, pero si sus gemidos, jamás había sentido tanto, el polvo blanco y la hierba, debieron haber ayudado.
En un caos de placer no me di cuenta cuando ella ingresó al juego, ni a la casa, pero su lengua se lucía y me hacía sentir la reina del planeta, yo solo me entregaba a sus manos, ellos, se besaban, me besaban, los tocaba, nos tocábamos, jalábamos y volábamos, no sé cuantos orgasmos fueron, pero fueron los mejores.
Por la mañana desperté con la cabeza destruida y con una mano ajena en la espalda, mientras ella caminaba desnuda a la ducha, él se acurrucaba en mi pecho. Es confuso, no recuerdo, ya no estaban.
Esa noche volví al bar, pero ya no sonaba Sabina, una banda de abuelos penquistas tocaban una melodía que ya conocía, recorrí el lugar con la mirada, pero ya no estaba. En su lugar, un apuesto veinteañero me invitaba a un trago, fui al baño y el polvo blanco que contenía mi origami volvió a entrar en mi nariz, salí y supe lo que venía; sexo, sexo, sexo y más sexo. Me había convertido en Cassia.
La historia me pareció super dinámica, rapida, libre. Sin duda lo mejor del personaje es lo venenosa y como ese veneno también la dañó, eso me pareció magistral.
ResponderEliminarLo único que me pareció (extra), fue el último párrafo, es como un demás, la historia está precisa hasta el 'Me había convertido en Cassia.', eso daba la idea de cierre, Explicaba todo sin decir nada más, el resto fue darle importancia a algo secundario.
No es mi idea sonar como weon grave.
Me encanto el cuento me reí mucho de lo mala de la tipa.
Saludos!
Y como siempre he sido constructivista! Acojo las constructivas críticas del querido Rogelio, y el último párrafo se elimina, por qué en verdad, está de más. Un abrazo compay.
ResponderEliminarLo de los abuelos penquistas me sonaron a Los Bunquers...
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