No soy buena para escribir historias mágicas e irreales, llenas de risas, sueños y dos princesas vistiéndose para ir a la fiesta en la que se harían reinas; no soy la mejor inventando cuentos en los que se les ve volando por el aire, siendo las estrellas del show y apropiándose del trapecio; no soy buena para disfrazar la realidad de utopía, no soy buena, soy la mejor. Pero ahora, prefiero contar la verdad de aquellas mujercitas.
El mundo conspiró para que se conocieran y se hicieran una, por un buen tiempo, y dejar de serlo de improviso, sin que a nadie le importe. No son las mejores amigas del planeta y no tienen la intención de serlo. Se aman, lo saben, la pequeña gran superpotencia sabe que cuenta incondicionalmente con la enana de los cabellos rojizos, esa que arregla sus días y su habitación, esa que se amurra y al segundo se le cae la pera, evidenciándole al mundo su descontento.
Se juntan para odiar al mundo por su estupidez, y de esa manera elevar su autoestima, son las mujeres perfectas, lo saben, y aún no comprenden por qué hay tanto tiempo para estar juntas, cuando cada una debió estar entregándose en ese preciso instante disfrutando de las más grandes sinfonías de placer, oliendo el funk, viviendo el funk. Son demasiado perfectas como para perder el tiempo con cualquiera.
Saben que ha valido la pena llevar esas ojeras, no dormir por las noches, desgastar la vista, fumar hasta que los pulmones revienten y comer queques del terror con la excusa de volar más alto, saben que todo ha valido la pena, avances y retrocesos han hecho que estas dos súper mujeres sepan que se tienen y eso es lo que importa.
Odian escuchar que otras canten: ‘Tú por mí, yo por ti, iremos juntas donde haya que ir’, tampoco creen en canciones románticas ni en ese amor infinito, viven el momento, se entregan en la búsqueda de un orgasmo placentero, y son felices, como solo ellas lo han inventado.
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