Abrí la cortina y volví a la cama, observamos despertar al
primer día de otoño y las luces del alba pintaron nuestros cuerpos con colores
nuevos, desconocidos y profundos. Nos miramos a los ojos y con absoluta lucidez
y sinceridad, sacamos a pasear los pensamientos, su mano acariciaba la mía y su
interminable cuerpo se pegaba a mi costado izquierdo, la sonrisa se apoderó de
mi semblante plagado de felicidad y mis ojos le dijeron muchísimo más que mis
palabras.
Yo pensaba, reconstruía en mi memoria una y otra vez los
pasos dados para estar donde estaba, entonces la sucesión de hechos quedaba
clara. No fue un año ni dos, fueron 5 años los que tuvieron que pasar, para
hallarnos tendidos sobre la cama saludando al otoño. “Disfruta el momento, vive
las mariposas en el estómago” y así estaba, tal y como me lo había recomendado
él, disfrutando del contacto de su piel, sintiendo como sus energías
desbordantes de luz iban matizando las mías, viviendo una realidad que no
lograba convencerme de no ser sueño.
Recordaba una y otra vez cada una de sus palabras, cada uno
de sus gestos; su nariz arrugada al reír, sus manos creadoras, su sinceridad
enternecedora, sus labios gruesos, su
espontaneidad, sus piernas perfectas, su mirada pura, la efervescencia de su
alegría, todo lo que sus ojos proyectan, todo lo bonito que su presencia
genera. Seguía sin poder creer que estuviéramos allí comentando lo que pasó en
el tiempo en que no existíamos, el nerviosismo se había esfumado, pero el
corazón seguía acelerado, todo está bien, “estoy viva” dije luego de que fuimos
uno, sonrío y me dijo “yo también”.
Sí, estoy viva, porque he germinado en otoño contra todo
pronóstico, porque quiero vivir en plenitud éste y todos los momentos que el
universo me quiera regalar, porque no quiero nada más, ni nada menos. Quiero lo
que merezco y deseo para él lo que merece. Sé que merece lo mejor, porque su
esencia pura y luminosa no merece ser ensuciada ni oscurecida, porque la
felicidad que irradia al sentirse pleno es sanadora y esa plenitud debe
acompañarlo siempre.
¿Qué puedo ofrecerle? He de ofrecerle todo lo que tengo:
Respeto, lealtad fiera y amor bonito. Amor que no ata, ni aprisiona, amor libre
de prejuicios sobre lo que la sociedad considera que es el amor, amor basado en
la voluntad, amor que prescinde de títulos y posesiones. Amor sin condiciones
ni contratos, amor aparejado de lealtad, lealtad con los deseos, con los
principios, con las decisiones, lealtad con la defensa de la alegría, lealtad
cargada de respeto, respeto por los tiempos, respeto por la voluntad, respeto
por la individualidad y los espacios.
Podría tomar su mano e invitarlo a caminar, sin un rumbo
fijo y sin mapa, con la plena confianza de que esta vez no confundiré Américo
Vespucio con la Autopista Central, pues no seré testaruda y confiaré en los
instintos del caminante por esencia. Podría invitarlo a pintar la vida con
colores y trazos nuevos, llenando los muros de historias, pulsiones, audacia y sentidos. Podría
invitarlo a contar conmigo, porque no soy de las personas que solo están en las
buenas, porque en la cancha se ven los gallos y porque la lealtad es
invencible. Podría invitarlo a compartir más momentos acompañados, llenos de
risas, euforia, conversaciones y confianza. Podría invitarlo a compartir otros
tragos, otros humos, con otras afinidades.
Podría incluso invitarlo a
comprender que no deseo que su espíritu libre se encarcele en una jaula de
cristal, ni que deje de ser lo que es. Podría decirle que la belleza de su
alegría y la forma en que disfruta de sus espacios es demasiada como para
impedir que se siga proyectando. Podría recordarle que me sigue llamando
Libertad, y allí está el sentido de todo.
Mejor aún, podría aventurarme y hacer que estas palabras
–que no son solo letras juntas- sean leídas por él, de modo que si estás
leyendo esto es porque tuve el coraje suficiente para mirarte a los ojos y
desnudarme en el papel.-
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