lunes, 27 de septiembre de 2010

Un beso a la rabia

¡Ay! Como detesto esa corriente derrotista que suele asolar incluso al más fuerte, ese impulso de tirarse al suelo y convulsionar hasta el delirio, esa imperiosa necesidad de que el resto se entere del fracaso y vea lo mal que estás, para que un alma supuestamente buena venga a consolarte con una sonrisa mientras se sigue comiendo sus sentimientos. Porque la gente buena ayuda a la gente que está mal.

¡Ay! Como detesto esa tendencia a hacerse daño pensando en la estabilidad del resto. Cuanto le temo a esas actitudes precipitadas de la gente inestable que se arriesga a pensar en otro sin haber pensado primero en su mismidad.

¡AY! Cuánta rabia sobra y cuánto amor falta para terminar de escribir frases inconclusas que sólo serán leídas por unos pocos, para que el rumor se propague y algún día sus oídos se enteren de las enrarecidas palabras que articuló esta mente.

¡Ay! Como detesto escribir estas incoherentes líneas con la vista puesta en otros, sin ser capaz de articular palabras significativas para que cuenten lo que va adentro, lo que las actitudes ya han demostrado, lo que en miradas ha quedado cristalizado.

Ay! Cuán salvador sería un abrazo, un beso en la rabia que calme el rencor, una caricia a la sinceridad para que logre salir del pecho, una sonrisa al alma para que se entere de que ha llegado la primavera, una seña a la memoria, una pequeña vuelta al pasado para sembrar mejor y no cosechar el ahora. ¡Ay! Como sobran esas actitudes fingidas, que lástima da ver cómo lo que antes fue un código de complicidad hoy se repite por costumbre. Qué nostálgico resulta escribirle al viento esperando que algún día vuelva a ser ayer.

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